8 de marzo de 2013

Insomne


A la sombra de los cocoteros, las penas, si las hay, parecen menores.

Llevaba noches sin dormir. Nada extraordinario me pasaba que justificara esa ausencia de sueño. Simplemente, cuando llegaba la noche, la cama se me hacía un lugar extraño, incómodo.

Aquella en particular, harto de dar vueltas sobre el colchón, me enrollé una manta y salí a la terraza. Hacía frío, lo normal en el mes de enero. A esas horas de la madrugada un hielo fino comenzaba a hacer costra sobre los parabrisas de los coches aparcados. No había luces en los edificios aledaños, todo era silencio, me pareció ser el único habitante de la gran ciudad. Qué solo se siente uno cuando todos los demás duermen.

Quizás por esa primera sensación de soledad extrema, me sorprendió más descubrir a poca distancia un maletero abierto. Supuse que en algún momento aparecería en escena el dueño del coche y así fue. Dos hombres se ayudaban mutuamente a transportar un bulto de apariencia pesada. Llegaron al coche y lo introdujeron en el maletero con gran dificultad. Al terminar, uno de ellos lo cerró y se puso al volante. El otro, un hombre más alto y rubio de lo habitual, permaneció un momento de pie, mirando a su alrededor. Mi casa no debía llamar la atención, no tengo cerramientos de aluminio que afeen la fachada, no hay bicicletas  colgadas de la pared, las luces estaban apagadas. Sin embargo, por un segundo, nuestras miradas se encontraron.

Así, aunque intentando suprimir los adornos y algún que otro detalle, se lo conté al juez.

La sala estaba llena. Los periodistas se agolpaban al final de ella portando sus instrumentos de trabajo. En un lateral cuatro hombres esperaban sentados, mirando al frente, distraídos, como si aquello no tuviera relación con ellos. “¿Se encuentran en esta sala los dos hombres a los que usted se ha referido?”, me preguntó. “Sí, señoría, están sentados en el banco de la derecha”. “¿Podría decirme quiénes son?” “Los hombres más morenos, el segundo y el tercero empezando por el más cercano a la puerta”. El juez se acarició la barbilla en señal de reflexión y lanzó una nueva pregunta: “¿En qué momento decidió usted dar aviso a la policía?” En un primer momento yo no había dado mayor importancia a aquella imagen que se había presentado ante mí, por casualidad, durante una noche de insomnio. “Cuando días después escuché en las noticias que se había encontrado el cadáver de un hombre en una trituradora de basuras”, respondí. “Fue entonces cuando pensé que lo que había visto podía estar relacionado”. Al parecer, al cuerpo le faltaban la cabeza, las manos y los pies. También se habían molestado en arrancarle la piel de uno de los brazos, donde posiblemente había un tatuaje. “Todo apunta a que el acto ha sido perpetrado por profesionales, miembros de la mafia del narcotráfico”, decían.

Mr. B vino a verme la tarde en que me comunicaron el ascenso a supervisor. Al abrir la puerta me encontré con un hombre imponente. Sostenía una pistola oculta en parte por la cazadora de cuero negro. Me apuntaba. Se adentró en el salón sin esperar permiso y soltó junto al sofá una maleta. “Supongo que empieza a sospechar  a cuento de qué estoy en su casa”. Abrió la maleta sin dejar de apuntarme con la pistola. “Dos mil de quinientos, dos mil de doscientos, tres mil de cien y seis mil de cincuenta, dos millones de euros”, me dijo. “Verá, nuestros jefes han llegado a la conclusión de que nos es más útil vivo que muerto” Hablaba solo él, yo no podía. Toda mi habitual verborrea se había trasladado a la entrepierna, así lo atestiguó el charco de orín a mi alrededor. “Matarle sería lo idóneo si pretendiéramos taparle la boca, pero queremos que hable. Le voy a dar unas instrucciones sencillas: acuda a la policía y hábleles de lo que vio, con una diferencia, los hombres que describirá son estos”. Me soltó dos fotografías. “Esa será la descripción que mantendrá durante todo el procedimiento si llegara a darse el caso. Y se preguntará por qué todo este dinero”. Asentí con la cabeza. “Considérelo el pago por sus servicios. Bienvenido, esto te convierte en uno de los nuestros, ese es el protocolo entre nosotros”, añadió, estrenando un tuteo que sonaba a falsa camaradería. “Ahora bien, amigo, ya has visto en televisión lo que hacemos con los desleales. Te diré que la muerte le vino después, primero fue la piel del brazo, después las manos, luego los pies y por último la cabeza, ¿entendido? Volví a asentir. “Haz tu vida normal, gasta con moderación, algún pequeño capricho, algún viaje de tarde en tarde, lo habitual en la clase media con ciertas comodidades. Los billetes pequeños te permitirán pasar desapercibido en el día a día”. Se marchó y no le he vuelto a ver.

El sol comienza a desplazarse. Martina me mira y contonea su piel mulata acercándome un nuevo cóctel. Jamás una noche de insomnio había resultado tan rentable.

9 comentarios:

  1. uaaaaaaaau amiga que microrelato mas bueno.Pero Bueno buenisimo, me encanto.Siempre que vengo a leerte me sorprendes muy gratamente.Que tengas un bonito fin de semana.Bss

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  2. Ya sabes lo que opino de este relato. Buenísimo, me encantó.
    Te felicito, mi niña.
    Un beso mu gordízimo!!

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  3. Muchas gracias, Isaboa, Laura. Vuestros comentarios me hacen muy feliz.

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  4. Un relato extraordinario, Frida,qué bien tramado, qué bien narrado y cómo me sorprendiste. Eso es maestría. No participé y no pude votar, lo siento, te habría dado el 5 sin lugar a dudas.

    Un abrazo muy grande.

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  5. Vichoff, hablas de maestría. Tú y algunas otras personas a las que leo con especial atención, sin saberlo, estáis creando escuela. Me queda mucho por aprender, pero gracias a vosotros creo que empiezo a entender de qué va esto de la escritura. Muchas gracias, maestra.

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  6. Sorprendente e imaginativo texto, Frida. Pasar de una noche insomne a ese final entre los cocoteros… Sería un magnífico guión para una película. No me extraña que alcanzara podium… Es extraordinario.

    Besos y abrazos.

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  7. Mari Carmen, sin vosotros, sin ti, sería mucho más difícil. Un achuchón enorme, preciosa.

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  8. Con tu permiso, Frida, lo comparto en mi "caralibro".

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  9. No solo tienes mi permiso, Sietemesino, es que además estoy encantada de que lo compartas donde gustes. Muchas gracias.

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