23 de junio de 2010

Lo que el agua me dio



Llevaba algo más de un mes en aquel maremágnum de acero y cristal cuando su compañera en el World Trade Center le regaló una invitación para el Guggenheim. La cartulina azul decía: Surrealism: Two Private Eyes, The Nesuhi Ertegun And Daniel Filipacchi Collections. Leyó rápidamente la letra pequeña que seguía. Con gran excitación comprobó que su admirada pintora estaba entre los artistas expuestos.
Llegó el ansiado día. Tras diez minutos de cola que parecieron horas, varios controles de seguridad y una galería dedicada por completo al surrealismo parisino, por fin estaba frente a él, un lienzo de poco más de medio metro cuadrado capaz de mostrarlo todo: el consuelo, la pérdida, el pasado, el presente, la vida, la muerte… Todo, flotando sobre el dolorido cuerpo de la artista. Desde bien niña se había sentido fascinada por aquella mujer, por su creatividad, por el colorido de sus ropas, por exhibir sin pudor el vello de su cara y por tantas cosas más. Ahora estaba allí, frente a la que consideraba la mejor de sus obras. Después de media hora estudiando la pintura un escalofrío la arrancó de su ensimismamiento. Casi sintió los ojos observadores a su espalda y el aliento rozando su nuca. Se dio la vuelta rápidamente pero no vio más que otros visitantes disfrutando de la exposición. Permaneció frente al lienzo un momento más y luego, todavía confusa por la extraña sensación de minutos antes, sin gran interés, recorrió el resto de la estancia. Cuando se disponía a salir miró hacia el cuadro a modo de despedida. Una llamativa tela verde y roja desapareció en ese momento tras un panel de escayola. Entonces comprendió que ella estaba allí.
Cuando en aquel verano de 1999 propusieron a Sara dejar Méjico para trabajar en Nueva York, nunca imaginó que viviría una de las experiencias más excitantes de su vida. A ella, como a Frida, nunca le gustaron demasiado los gringos. Había pasado gran parte de su tiempo despotricando contra ellos y su continua manía de mirarse el ombligo. Por entonces no encontró una sola buena razón para pensar con optimismo en su partida hacia aquel horroroso lugar.

Imagen: A. Barroso

2 comentarios:

  1. Qué bien escribe esta chica siempre!

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  2. Que bonita eres Frida.
    Me gustan mucho tus relatos, sigue esbriendo muchos más.

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