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Este anuncio aparecido en The Post hace ya algún tiempo provocó que las vidas de Thomas Robinson, Trevor Smith y John Novák se cruzaran con la mía en un punto en que mi existencia necesitaba un giro radical.

La Convención de Payasos del Este promete ser el acontecimiento del año. En pocas horas la ciudad quedará tomada por miles de narices rojas, pelucas y ropas de llamativos colores. Primero nos reuniremos a lo largo de la calle 56 y después caminaremos a ritmo de son cubano, en honor al gran Ernesto Fuentes, hasta el Kensington Theater. Este es un lugar espectacular, no solo por tratarse del único macro teatro al aire libre a este lado del país, sino porque sus galerías subterráneas, visita obligada de turistas de todo el mundo, albergan la mayor colección de arte americano del siglo XV. Entre estas joyas se custodia, protegido por fuertes medidas de seguridad, el escudo de oro de Topocohui.

Son días de gran excitación, al menos para mí, la benjamina y última en llegar al grupo. Me cuidan con mucho mimo, son como una familia para mí. Recuerdo mi primer aniversario junto a ellos. Me llevaron con los ojos tapados al edificio Rox, abandonado desde hace muchos años. En un tiempo récord habían habilitado toda la planta baja para la ocasión: paredes pintadas de rosa, fotos de Audrey, velas en cada rincón, flores… y en el centro, sobre un pedestal de wengué y cubierto de tul blanco, el último Mac de Apple. Fue realmente emotivo.

Hoy tenemos reunión de trabajo en mi casa para ultimar los detalles de nuestra próxima actuación, durante la convención. Es aquí donde solemos celebrar nuestros encuentros. Nos sentimos muy cómodos en este amplio y céntrico ático, lleno de luz y color, justamente como a todos nosotros nos gusta. El primero en llegar es Thomas, hombre verdaderamente atractivo a pesar de la pronunciada cicatriz que cruza su mejilla derecha. Su don de palabra, unido a las incipientes canas a la altura de las sienes y sus ojos de color verde profundo, no dejan lugar a dudas. Poco después llega Trevor, el hombre tranquilo, la voz de la experiencia. Estas cualidades no tardaron en erigirle como líder del grupo. Es mayor que el resto, aunque quién lo diría al verle ejecutar esos saltos imposibles, está dotado de una agilidad sobrehumana. El último, siempre el último, John, “el checo”, como le llamamos. Su nariz aguileña y su boca apenas dibujada le proporcionan un aspecto de persona seria, pero lo cierto es que es un hombre muy simpático. Se obstina en contarnos chistes de soviéticos que la mayoría de las veces solo él entiende. Ya sentados alrededor de la mesa, no pueden esconder su alegría al verme llegar con los canapés de Mercy’s, sus favoritos. En el fondo son como niños.

Por cierto, creo que no lo había mencionado, soy Mara Jones, ingeniero informático, y junto a estos tres hombres, en tan solo veinticuatro horas, voy a protagonizar el robo del siglo vestida de payaso.