15 de julio de 2011

Absurdo


Estocolmo, 13 de abril de 1990
2:45 horas
Solo forcejea cuando se acerca el primero. Uno tras otro, a veces dos a la vez, se vacían en ella mientras el resto aplaude la hazaña. El último le asesta un tiro en la frente. Van saliendo de la cabaña entre voces de satisfacción, no sin antes escupir y patear el cuerpo inerte. No aguanto más y vomito. Se burlan de mí mientras me dicen que todo vale para engrandecer la patria.
4:10 horas
Todo arde a no muchos metros. Los gritos enemigos contrastan con la euforia de los nuestros. Afortunados los que han caído por acción de los proyectiles justo antes de que todo se incendiara. Uno de ellos consigue alcanzarnos envuelto en llamas. Le disparo ante la decepción de mis compañeros. El humo comienza a cegarnos y dificulta la respiración, llega el momento de marcharse. Atrás dejamos la barbarie de un exitoso ataque sorpresa.
A la mañana siguiente nadie habla. Nunca hay palabras justo después. En silencio se enfundan en sus batas y se calzan las zapatillas. Tras la rutinaria visita al lavabo sus pies avanzan de forma automática hacia la cocina y les llevan hasta la cafetera y el tostador de pan. Después de unos pocos bocados y numerosas miradas de compasión se rompe el silencio por primera vez:
- Las pesadillas han vuelto, ¿no es eso?
- Para ti también, entiendo.
Cabizbajos se entretienen con las migas amontonadas sobre la mesa en un intento de eludir lo obligado. Ninguno de los dos se atreve a formular la pregunta. Al fin alguien dice:
- ¿Tenían rostro?
- No. ¿Los tuyos?
- Tampoco.
- Entonces todo va bien.
- Lo sé. Mientras no tengamos rostro todo irá bien. Te quiero.
- Te quiero. Sin duda arderemos en el infierno, pero al menos lo haremos juntos.
Él, Steve J. Foster, estadounidense, 65 años. Él, Kim Gu, norcoreano, 66 años. Ambos, combatientes en la guerra de Corea.
Imagen: Amparo Barroso

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