15 de agosto de 2011

Llámame


El viento todavía era fresco a esa hora del día, lo que no impedía que algunas terrazas comenzaran a asomar en la Castellana aprovechando los primeros soles primaverales. Marta se decidió con cierta desgana por una en la que varias mesas se alineaban perfectamente, rodeadas de sillas con cojines de vistosos motivos vegetales. Con la misma desgana tomó la carta dispuesta en la mesa y la recorrió de una mirada rápida; en menos de cinco minutos ya tenía delante un sándwich de cangrejo con nueces de macadamia y salsa tártara, el cual habría resultado apetitoso si su cabeza le hubiera permitido pensar en otra cosa, si el hastío que sentía al verse en la planta 23 de la torre KIO derecha, en la que desarrollaba desde hacía cinco años su frustrante y mal pagado trabajo y a la que debía regresar en poco más de media hora, no apretara con fuerza su garganta. A punto de marcharse, el Imagine de John Lennon la retuvo un momento más en la silla y la obligó a buscar el melodioso aparato entre la ingente cantidad de cosas que componían su bolso. Desde hacía tres días recibía frecuentes llamadas desde un número que no conocía, y por estas casualidades que a veces se dan, siempre habían sido realizadas cuando no tenía el teléfono a mano o este estaba desconectado por alguna razón de peso, engrosando con vehemencia su lista de llamadas perdidas. No tenía por costumbre responder llamadas provenientes de números desconocidos, pero ante la insistencia de quien las realizaba, la noche anterior marcó el número en cuestión; en lugar del esperado tono de llamada escuchó otro que a todas luces indicaba que el aparato, o la misma línea, estaba fuera de servicio. Ya con el teléfono en la mano comprobó decepcionada que no se trataba del usuario misterioso, sino de su madre, por quinta vez ese día. Amalia era una mujer todavía joven, muy alegre y divertida, pero su absoluta desocupación en actividades distintas de ir de compras con sus amigas y su creencia de que todos alrededor se encontraban en la misma situación, hacían que resultara con frecuencia, por qué no decirlo, algo pesada. Mientras Marta no conseguía perdonar que su padre las abandonara veinte años atrás por una mujer que acababa de conocer, Amalia no tuvo el menor problema en hacer de su capa un sayo y disfrutar de su nueva vida de soltera, a su manera. Todavía en aquel tiempo, con el permiso de su hija, dilapidaba mes a mes la generosa cantidad que su antiguo marido le transfería puntualmente para los gastos de la niña. Pensaba Marta en todo ello mientras su madre le contaba lo ocurrido. “Aunque continúa la investigación, una acumulación de gas en el sótano parece haber sido la causa de la explosión”, había dicho Amalia, “se encontraba solo en ese momento en la casa de La Moraleja, incluso el servicio disfrutaba de su libranza”. Marta, petrificada, llamó a la oficina y tomó un taxi con dirección al tanatorio de la M-30.
Al llegar a casa se puso una cerveza y se dejó caer sobre el sofá. Las largas horas de velatorio y sepelio habían resultado agotadoras para Marta, quien poco tenía que ver con aquella gente que había compartido vida con su padre en los últimos veinte años. La viuda y sus dos medio hermanos hubieran sido suficiente atractivo en condiciones normales, pero los llegados desde todas partes querían más, querían, además, ver la cara de la despechada primogénita del ilustre doctor al presentar sus condolencias, de tal forma que cada vez que pretendía ausentarse llegaban otros nuevos dispuestos a intentar adivinar sus pensamientos. La reconocían con facilidad, ya que a pesar del daño causado, empujada por su madre muy probablemente con la intención de asegurar las donaciones mensuales, Marta había acudido a todos los eventos importantes invitada por su padre. Solo en una ocasión esa misma mañana había conseguido zafarse de los besos y los apretones de manos, momento que aprovechó para llamar a la oficina. Lo primero que apareció en la pantalla tras introducir el pin fue una interminable lista de llamadas perdidas desde el mismo número desconocido. Intrigada e incapaz de resistirse volvió a marcarlo, pero lo único que recibió por respuesta fue el tono de inoperatividad de la vez anterior. Ya en su piso del Paseo de la Habana, con la ayuda del líquido rubio que acababa de ingerir y los mullidos cojines que la rodeaban, se sumió en un profundo sueño.
Minutos después el timbre del teléfono fijo la arrancó súbitamente de la paz recuperada. Al otro lado del hilo su amiga Laura le instaba a conectar el televisor con rapidez. Todas las cadenas hablaban de ello. Esa misma mañana, una explosión en el colegio en el que habían pasado su niñez y adolescencia había dado como resultado cientos de escolares heridos y una decena de muertos, todos ellos profesores del centro. No podía creer lo que estaba viendo. Los recuerdos, buenos y malos, se agolpaban en su mente, el horror traspasaba la pantalla en forma de imágenes y se instalaba en su salón. De repente la música de John Lennon sonó en el recibidor. Corrió hacia el aparador y consiguió pulsar el botón verde en el mismo momento en que un trueno parecía irrumpir en el aire madrileño. “Esta vez he cambiado el procedimiento, quería compartir contigo estos primeros segundos de felicidad”, dijo un hombre al otro lado. Sin dejar que Marta respondiera, continuó: “Mira hacia el horizonte desde el balcón. ¿No es preciosa la estampa? Cómo arden las horribles torres KIO. Ya no tendrás que acudir a ese trabajo de mierda, ¿no es lo que querías? Tampoco tendrás que esforzarte nunca más en perdonar al malnacido de tu padre, ni soportar el recuerdo de aquel profesor que te acosaba en el laboratorio de ciencias. Feliz resto de tu vida, princesa”.
Imagen: Amparo Barroso

16 comentarios:

  1. Querida Frida: Gracias por tu comentario en mi blog.
    Ahora me doy una vuelta por el tuyo y la verdad es que el sentimiento es mutuo. Da gusto leerte.
    Esta historia es magnífica.
    Por cierto ¿Tambien te mola Canción de Hielo y Fuego? Mi hijo me acaba de regalar una camiseta de Stark de Invernalia (desopués de que yo le regalase todas las novelas de la Saga que se las ha bebido) Entre eso y lo del Spock, tenemos cosillas en común.

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  2. Gracias, Enrique. Seguro que tenemos muchas cosas en común.

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  3. Verdaderamente da repelús. Magnifica historia Frida

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  4. Gracias, Yolanda. Ya ves que ahora te tengo todavía un poco más cerca, te he puesto en la barra lateral derecha y me enteraré enseguida cuando publiques algo. En un ratito leo esa nueva historia que seguro me encantará. Besos.

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  5. Ya sabía que eras una magnífica narradora...lo demuestras continuamente en NW. Creo que me haré asiduo de tu blog. Me encanta aprender cosas, ver nuevas perspectivas. Y más sí es al lado de una compañera de oficio. Tus historias, además de bien escritas, tienen un punto de originalidad personal que me gusta mucho. Mucho. Nos vemos, Frida.

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  6. Jo, nena, me has puesto los pelos como escarpias!

    Un besazo

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  7. Gracias, Emilio. Es un honor recibir la visita de un escritor de tu nivel, un maestro para todos nosotros. Yo también te tengo "controlado".

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  8. Genial, Fanny, si lo he conseguido. Gracias por tu comentario y un besazo.

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  9. Querida Frida, hay un refrán que dice no pidas todo lo que deseas no sea que se te conceda...Puede que eso sea lo que piense tu protagonista después de lo ocurrido.

    Es un gran relato, magníficamente escrito, con un final que me ha sorprendido. Supongo que la canción elegida, Imagine, me sugestionó esperando otro tipo de llamadas. Ha sido todo un acierto.

    Volveré, me ha gustado lo que he visto.

    Besos y un fuerte abrazo.

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  10. Gracias, Atxia. Bienvenida a mi humilde casa. Vuelve cuando quieras, te recibiré con los brazos abiertos. Besos.

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  11. Solo te digo que ...me encanta.Enhorabuena¡¡¡

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  12. Gracias, Carmen. Me lees con buenos ojos.

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  13. Yo que os conozco y os leo a ambos Frida y Enrique no tengo por menos que estar orgulloso de vuestra relación y confío en que podré estar el 30 de septiembre en Madrid. Besos y abrazos. Amador

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  14. Ay, los romeos bienintencionados. ¿qué hacemos con ellos?

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  15. Jajaja, sin son como este colgarlos, como mínimo. Gracias por tu comentario, Ber.

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