16 de octubre de 2011

Starcrossing


Durante los dos días siguientes me fue imposible pensar en otra cosa. Nunca debí haber entrado en ese juego, participar en aquello había sido la cosa más estúpida que había hecho en mucho tiempo. No quería compartir mi tesoro, ni disfrutar del de otros, solo del mío. En la penumbra voluntaria de mi habitación el arrepentimiento me angustiaba, así es que me vestí con lo primero que encontré y me lancé a la calle con intención de recuperar lo que había sido mío hasta entonces. El viaje al parque Rosalía de Castro fue horroroso, eterno, y pedí con fuerza que nadie lo hubiera encontrado, que nadie lo hubiera movido del lugar donde lo dejé. Seguí el camino de piedra que daba al lago, solo unos metros más y llegaría al pequeño embarcadero, pero cuando llegué… no estaba. Había indicios, no había pasado mucho tiempo. Miré alrededor y vi al hombre parado en el quiosco, justo en el momento en que se guardaba mi estrella en el bolsillo de la americana.
Un, dos, tres, atrás. Un, dos, tres, atrás, canturreaba el niño de mi derecha al ritmo del vaivén del autobús, mientras la chica que le sujetaba por el brazo se empeñaba en mantenerle quieto y callado. A mí no me molestaba, en realidad lo único que atraía mi atención era el bolsillo. A ratos la estrella se escondía por completo, otras veces salía de la tela casi hasta la mitad, dejando al descubierto buena parte de su brillante anatomía. A esas horas la gente regresaba a casa después de una dura jornada de trabajo, eran horas de mucho movimiento. Los nuevos pasajeros empujaban poco a poco a los antiguos hacia el final del autobús, de modo que a la altura de Emilia Pardo Bazán el hombre misterioso, el usurpador de estrellas, se encontraba a solo dos metros de mí. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Mi cabeza contra la barra. La chica sobre la señora del pan. El hombre por los suelos. La estrella junto a los pies del niño. No nos dio tiempo a recuperarla. A riesgo de romperse la crisma el hombre se abalanzó sobre ella a la velocidad de la luz. Entonces tuve la certeza de que por alguna razón mi estrella se había convertido en su bien más preciado.
El polvillo dorado sobre el pavimento húmedo me marcaba el camino en la que comenzaba a ser una ciudad oscura y hostil. Poco a poco nos adentramos en sus sórdidas profundidades hasta llegar al edificio Böhl de Faber, un antiguo almacén de libros abandonado mucho tiempo atrás. Cuando el hombre atravesó su gran puerta metálica sentí miedo por primera vez, pero ya era tarde, ya no podía ser de otra manera. Subí a tientas por la escalera guiado por el ruidoso motor del montacargas hasta que este se detuvo. Me quedé acurrucado unos peldaños más abajo para observar con precaución. El hombre sacó un manojo de llaves y abrió una puerta de madera, dejándome de nuevo a oscuras cuando la cerró tras de sí. Dudé, dudé mucho, para entonces el miedo me había impregnado por completo, pero tras un par de minutos de reflexión atravesé la puerta yo también.
Lo que vi me llenó de perplejidad: cientos, qué digo cientos, miles de estrellas reposaban en minúsculas cajitas de tapa transparente. Todas perfectamente alineadas, limpias, cuidadas, pero apenas sin luz, como la mía desde hacía algún tiempo. Avancé hacia una sala contigua donde vi al hombre junto a la ventana. Mientras recitaba a media voz algo que no alcancé a entender, frotaba mi estrella con su túnica blanca y ella recuperaba su luz en cada fricción. Después la lanzó lejos, muy lejos, y mi querida estrella surcó el cielo urbano en busca de deseos.
Imagen: Amparo Barroso

10 comentarios:

  1. Me has introducido en el relato y eso, querida, es difícil, muy difícil de hacer con el lector.

    ENHORABUENA.

    Y ya sé lo que quiero ser de mayor..Estrella Fugaz¡¡¡

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  2. Me meto una estrella en el bolsillo y me quema el forro, y se descuelga por la pernera hasta el calcetín y en fin, lo de siempre.

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  3. Me ha encantado, me parece increíble como me has arrastrado por tu camino nocturno aun sin querer terminar el relato....Simplemente genial

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  4. Carmen, tú ya eres una estrella, y por suerte para los que te conocemos, no eres de las fugaces.

    Pnelpe, muchas gracias por tu comentario. Vuelve por aquí siempre que quieras. Serás recibida con los brazos abiertos.

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  5. Querida Frida, es un gran texto, bello, ágil...Es triste pensar que nuestros sueños se van apagando, pero mejor es ofrecérselos a otros antes de que se extingan.

    Besos y un fuerte abrazo.

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  6. Buenas Frida.

    ¿Quién es él? El que cuida y limpia las estrellas, para que todas las noches podamos verlas, siempre que este despejado el cielo claro. Pues yo le quiero dar un fuerte aplauso porque a mi me encanta verlas siempre que se puede.

    Me ha enganchado, buen relato.

    Besos tu anónimo.

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  7. Gracias Mari Carmen. Soñar, como la mayoría de las cosas que merecen la pena, es gratis, y aun así no siempre podemos permitírnoslo. Un beso, cielo.

    Hombre, mi anónimo favorito. Gracias por visitarme una y otra vez, fiel seguidor. Besos.

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  8. Ya sabía yo que me engancharía y me haría fan...tuyo. Claro que esto del edificio Bohl de Faber no creas que está al alcance de cualquiera. Ni todo lo escrito arriba y abajo y alrededor. Vaya pedazo de escritora...

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  9. Eres muy amable, Emilio. Lo de escritora me viene grande todavía (es un oficio demasiado digno para lo que yo hago), pero sí puedo asegurarte que pocas cosas me llenan tanto como contar historias.
    Mil gracias y mil besos.

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  10. ¡¡Bernardino!! Acabo de ver que tenía un comentario tuyo pendiente de publicar. No sé cómo ha podido suceder, en qué especie de limbo ha permanecido todo este tiempo. Lo siento. Mil gracias por tu visita.
    Besos.

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