29 de enero de 2012

Aquella tarde la fuente estaba seca

Amparo Barroso
Diecisiete meses antes

Ya soy doctora. Todos mis profesores, incluido él, me animaron al doctorado tras ser la primera de mi promoción y la mejor de las últimas tres promociones. Esta situación, que en otras circunstancias podría parecer favorable, no me hace sentir mejor, y es que de nuevo tengo que elegir camino y eso siempre me resulta extremadamente duro. La vida debería ser el río que sin más, sin necesidad de abandonar su curso y aún teniendo que sortear sus obstáculos, nos llevara a un mar tranquilo donde esperar la última ola de aliento. No sé qué hacer, sobre todo ahora que Javier se ha ido de mí. Me siento perdida sin su abrigo. Y aunque entiendo las razones, mi sofocante afán de posesión, mi enfermiza codicia de su alma, no sé si podré perdonarle que se arrancara de mí de cuajo. Le mataría, le odio, le detesto, le anhelo, le necesito… le amo profundamente.

Cuatro meses antes

Nunca pensé que llegaría a decir esto cuando cogí aquel tren, pero lo cierto es que me siento eufórica. Vivo en una nube de la que no quisiera bajar jamás. Durante semanas me mostré orgullosa, me burlé de sus ruegos y le pedí desdeñosa que no me molestara más, siempre deseando que su nombre se iluminara en la pantalla del móvil una vez más. Una calurosa tarde se presentó aquí. No sé cómo lo hizo, nunca le he preguntado, pero el caso es que me encontró en este recóndito lugar. Ahora soy feliz. No importa si el huerto y las gallinas nos dan para lo justo, le tengo todo el tiempo para mí. No necesito más, Javier es mi alimento, mi agua y mi ropa.

Un día antes

Hace dos días que no sé nada de él, como vino se fue. Arrastro mi pena por el pasillo que lleva al lavabo y vuelvo a la cama. Su nombre rebota en el colchón y me golpea las sienes con fuerza. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué nunca encuentro la respuesta a las preguntas importantes?

Ahora

Definitivamente la fuente está seca. A pesar de mis intentos no se desprende de una sola gota de agua. La plaza ofrece un aspecto desértico, casi desolador. Casilda ha cerrado ya su tienda de de todo un poco y Fermín tiene las persianas del único bar a medio bajar. Las hojas crujientes en el suelo indican la plenitud del otoño, antesala de los hielos que están por venir. Quizás sea eso, un entrenamiento de cara al crudo invierno, cuando nada hay que hacer excepto encerrarse en casa todo cuanto se puede y calentarse frente a la lumbre. Es posible que este panorama de inquietante quietud sea fruto de la simple costumbre, o incluso de una inocente casualidad. El caso es que Javier no aparece y sin él este tampoco es mi sitio. Cómo puede cambiar nuestra vida en tan solo unos días, unas horas. Ahora mismo vuelvo a la casa, recojo mis cuatro cosas y me marcho en busca de mejor cobijo.

Dos horas después

Para alguien de interior como yo resulta extraña esta imperiosa necesidad de despedirse del mar, la mar, como dicen aquí. Sí, es la mar, pero también el recuerdo de sus besos en la arena húmeda. También subíamos a veces a estas rocas, solo cuando la mar estaba en calma. Ahora está furiosa, como yo. Me siento y me hipnotiza su bravo pero constante movimiento, me moja la espuma que llega hasta lo más alto, el agua está helada. Veo el bulto de cuadros marrones y blancos golpeando las rocas. No me lo pienso dos veces, un instante más y lo toco, solo lo que dura un instante y será mío para siempre, solo tengo que arrojarme. No lo pienso, no lo pienso…
Retrocedo y corro hasta la caseta de la Guardia Civil. Les explico que la fuente estaba seca… y todo lo demás.

1 comentario:

  1. La fuente se seca tantas veces, que uno aprende a fluir y ser océano

    ResponderEliminar

Los seguidores