Quid pro quo
Pobre. Si he sentido alguna vez en algún remoto lugar de la
conciencia la desaparición de Gerardo, ha sido por ella. Se murió sin conocer
la situación del malnacido de su hijo. Pero no me toca a mí sufrir por ese
asunto, es más, reconozco que siento cierto placer al recordar el momento, hace
años ya, en que Consuelo me llamó para decirme que Gerardo no aparecía por su
casa desde hacía días.
Aquella tarde me encontraba preparando un caldo con unas
verduras y unos huesos que tenía guardados cuando sonó el teléfono. Ya sé, Luci
-me dijo la señora - que mi hijo no ha
sido un buen marido y lo siento de verdad, pero tienes que ayudarme a encontrarle.
Tengo un mal presentimiento, esa gente con la que juega… Consuelo, tranquila, Gerardo
es una persona muy impulsiva, respondí. Se habrá cansado de este ambiente y se habrá
marchado a otra ciudad, quizás con alguna novia. Seguro que está bien, hazme
caso, pero si en unas semanas no tienes noticias, habla con la policía y les cuentas
con qué clase de gente trata. Pero da un poco de tiempo, mujer. Así quedó la
conversación y yo volví a mis fogones.
Qué mágico olor el de los buenos caldos cuando se cocinan
con gusto. Me amodorró, me trasladó a
los buenos tiempos sentada en la banqueta con la espalda apoyada en el azulejo.
Porque al principio viví mi particular comedia romántica, con su ternura y sus
promesas de felicidad. Lástima de final abrupto. Pero en aquel momento, en el calor de la
cocina, ya no pensaba en las gruesas capas de maquillaje, ni en las excusas a
los amigos, ni en los gritos ahogados por eso del qué dirán, ni en que después
de la separación fuera aún peor. Yo solo quería su descanso, su descanso sería también
el mío.
Dos policías vinieron a casa una mañana cercana la hora de comer.
No me sorprendió, era de esperar que tarde o temprano me preguntaran por Gerardo.
Me encontraron friendo croquetas. Fueron amables y poco a poco llegamos a
intercambiar cierta complicidad. Después de hablarles de los posibles paraderos
de mi ex marido me sentía en condiciones de ofrecerles unas croquetas recién
hechas y un refresco. Elogiaron mi buena mano para lo cocina y minutos
después se marcharon agradeciendo mi
amabilidad. Yo, sin embargo, estaba ya cansada de ellas. Los caldos y las
croquetas habían sido mi único alimento desde hacía un mes, pero eso, ellos, no
lo sabían.
Ilustración: Incarnation de Mark Ryden
Es genial, Frida.
ResponderEliminarUn beso grande¡
Buenísimo, Frida, buenísimo.
ResponderEliminarMe sorprendio la fluidez de tu escrito.Felices Fiestas
ResponderEliminar