Quizás algún día cercano
Una ola de aire caliente me golpeó la cara y me pregunté por
quinta vez en el día si estaba en el camino adecuado. Madrid es como un bote de
leche condensada de cinco kilos, decía mi madre, todo está apretado en ella por
muy grande que sea. Demasiado grande para quien ha salido poco del pueblo y
demasiado densa para quien está acostumbrado a respirar el aire suelto y fluido
de la sierra. Me las arreglé para bajar a trompicones la maleta, peleándome con
los escalones del vagón y la muchedumbre acumulada en el andén. Aparqué temporalmente
mis dudas al ver la sonrisa amplia y chispeante de la prima Beatriz, que se
acercó dando saltitos entre la gente y me fundió con ella en un abrazo.
-¡Pero qué grande estás! –me dijo mirándome de arriba abajo.
Y qué guapa… tienes que cambiar las fotos del Facebook, no te hacen justicia.
Beatriz era una copia de la señora cuyos retratos colgaban
en la casa del pueblo, tenía el mismo pelo negro y los mismos hoyuelos junto a
la boca; señora en la que yo nunca pude reconocer a mi abuela, porque en mi
primer recuerdo de ella su pelo ya era gris y en vez de hoyuelos, dos profundos
surcos se abrían paso entre la piel desde la nariz hasta la barbilla. Beatriz
tiraba enérgicamente de la maleta y de vez en cuando me achuchaba con el brazo
libre obligándome a apoyar la cabeza en su hombro. Hablaba todo el tiempo y yo
me limitaba a contestar escuetamente cuando me preguntaba y a asentir con la
cabeza cuando no lo hacía. No quería parecer ni maleducada ni desagradecida,
simplemente, la tensión de los músculos no me permitía ser más expresiva.
Entonces, verdaderamente, me di cuenta de lo mucho que me asustaba esa nueva
vida que me esperaba.
Llegamos a su casa, un piso monocolor amplio y luminoso. Los
escasos adornos destacaban sobre el blanco de paredes y muebles de líneas
sencillas y todo el espacio se me antojaba un remanso de paz y armonía en mitad
de la selva de asfalto. Beatriz me llevó a una de las habitaciones y me habló
de las oportunidades que me ofrecería Madrid mientras me ayudaba a colocar el
contenido de la maleta en el armario y el chifonier. Se movía alegre de un lado
a otro de la habitación, meneando graciosamente la falda a ritmo del tintín de
los collares que pendían desde su cuello hasta cerca de la cintura. Desapareció
un momento y reapareció con su cara sonriente y una toalla de baño que me
ofreció con los brazos extendidos.
- Toma, te apetecerá una ducha antes de ir a ver a tu tía
Isabel- La verdad es que no había pensado visitar a su madre ese mismo día,
hubiera preferido descansar un rato, pero dadas las circunstancias, no opiné y
me dejé acariciar por el gel de extracto de lirios y la gruesa lluvia de agua
caliente, mientras Beatriz me preguntaba desde el espejo si ya había decidido
lo que quería estudiar. Qué pregunta, claro que, a eso había venido a la
capital, a eso y para que la familia de mi madre se hiciera cargo de mí, no
valía de nada engañarme. Con mi madre
fallecida hacía un mes y mi padre al otro lado del planeta y sin intención de
recuperar una hija adolescente, no parecía haber muchas más opciones, pero yo
no quería. Que qué quería estudiar, me preguntaba mi prima, la abanderada de un
grupo de parientes que no veía desde mi primera comunión en el 2020. Cómo
pensar en los estudios en unos momentos en que hasta la ropa me venía grande.
- No sé, me gustan las ciencias. –Bueno, ya tenemos algo –me
respondió Beatriz, con esa voz que tienen las personas acostumbradas a
encontrar la solución a todos los problemas.
Entre pitidos y tubos de escape nos adentramos en el corazón
de la ciudad, a bordo de un coqueto coche eléctrico que mi prima conducía con
tanta seguridad, que parecía haber nacido pegada a él. Observaba a toda esa
gente yendo y viniendo, produciendo un ruido ensordecedor equiparable al de los
pájaros en primavera durante su etapa más gregaria, aunque mucho más molesto y
mucho menos inteligible; las luces de farolas, tiendas, cines, teatros,
cafeterías y otros locales recién encendidas, con sus destellos cegadores y sus
parpadeos abrumadores; sentía el alquitrán rezumando el calor acumulado durante
las horas de sol y que llegaba a la piel como una fina manta pegajosa y a la
nariz en forma de tufo urbano. Y yo, simplemente, no quería.
Entramos en el edificio de comienzos del XX y nos topamos de
frente con el portero uniformado al estilo del mismo tiempo, quien señaló la
escalera mientras nos anunciaba pesaroso que el ascensor estaba fuera de
servicio. Subimos a la segunda planta escalando los peldaños de mármol gris y
cruzamos un rellano cubierto de una tarima sonora y desgastada hasta detenernos
frente a una puerta lacada en blanco. El sonido del timbre me instó a estirarme
la blusa y a recolocar la caja de dulces típicos del pueblo que había traído. Las
pisadas en el interior de la casa llegaron a la puerta y se oyeron las vueltas
de llave en la cerradura, pero entonces todo a mi alrededor se desvaneció y la
pantalla del portátil se sumió en la oscuridad total. La batería, pensé, tengo
un minuto para recuperar la conexión antes de que la aplicación borre el camino
emprendido, solo un minuto para introducir el cable del ordenador en el enchufe
y reanudar una vida que no quiero vivir aunque no haya muchas más alternativas.
Durante unos segundos cavilé sobre la oportunidad de dar marcha atrás y aún
después de decidir lo contrario, pulsé el intro con la esperanza de llegar
tarde, la excusa perfecta para continuar en mi pequeño mundo rural. Crucé los
dedos por debajo de la mesa, casi al tiempo en que un gato se enredaba en mis
pies y una mujer idéntica a mi madre me besuqueaba la cara.
Ilustración: Cris Vector
Ilustración: Cris Vector
Veo que también te visita la inspiración a menudo
ResponderEliminarQuerida Frida, esta semana ha sido una de las que más me ha costado votar. La realidad virtual ha disparado las cotas de inspiración y buena escritura por todo lo alto... Gran relato, sin duda. Aunque ya lo había leído, he cruzado los dedos para que no se me colgara mi ordenador prehistórico antes de llegar la final. Felicidades.
ResponderEliminarBesos y abrazos, de momento, virtuales.