22 de marzo de 2013

Pequeños gestos

Siempre había oído decir que eran los grandes acontecimientos los que cambiaban el mundo y sin embargo, a mí me parecía que los pequeños gestos cotidianos, como la gota de agua que cae incesantemente hasta perforar la piedra, pueden llegar a ser mucho más poderosos.

Aquellos días se preparaba en casa el anuncio oficial de mi compromiso con Álvaro Sotomayor y Fuentes. Mamá, conociendo mi temperamento cambiante, me preguntaba una y otra vez por mi estado de ánimo, supongo que necesitaba asegurarse de que no hubiera sorpresas desagradables de última hora. Yo intentaba tranquilizarla diciéndole que no tenía de qué preocuparse, que aunque era un compromiso convenido por nuestras familias, amaba a Álvaro y deseaba casarme con él. De alguna manera, entendía su inquietud; tanto ella como papá, horrorizados, me habían oído decir infinidad de veces que no estaba dispuesta a aceptar determinados convencionalismos, que jamás sería una esposa al uso. Sabía que deseaban impacientemente que llegara la fecha de la boda, como quienes esperan ser librados de una pesada carga soportada durante años. Ingenuos, albergaban la esperanza de que tarde o temprano, sobre todo por la llegada de los hijos, me convirtiera en la señora que se esperaba de mí.

Todavía me sonrío al recordar las caras de los invitados. Imagínese, la encorsetada España de comienzos de siglo, en la que los roles permanecían estáticos, absolutamente ajenos al transcurrir del tiempo. Para ponerle en situación, le diré que por aquel entonces era el turno del presidente Juan Canaletas, también invitado al evento. Aunque se trataba de un gobierno liberal, después he comprendido que quedaba un largo y angosto camino por recorrer. Pero no quisiera entrar en valoraciones de tipo político, la anécdota por la que usted me pregunta, es mucho más divertida.

Fueron jornadas de gran ajetreo. Mamá ultimaba con Brígida los detalles del menú, el servicio se movía incansablemente por la casa a las órdenes de tía Amalia, los floristas iban y venían cargados con sus olorosas muestras, los sastres y modistas entraban y salían de las distintas habitaciones,  cosiendo, descosiendo, probando los trajes a todos los miembros de la familia. Y en este campo, precisamente, se encontraba mi única petición: yo, y solo yo, elegiría mi traje. Sería secreto, hasta tal punto, que hice a la modista jurar sobre la Biblia que no desvelaría ningún detalle acerca de mi atuendo.

Llegó la gran cita. Doce del mediodía. Mis padres y mis hermanos al lado izquierdo al pie de la escalera; Álvaro y sus padres al lado derecho. El salón repleto de personajes ilustres, expectantes. Cabeza alta, espalda erguida, sintiendo el tacto fresco y suave de la seda al bajar los primeros peldaños. Mamá, abochornada, cerró los ojos al descubrir mi pequeña gran revolución.

Puedo decirle, sin miedo a exagerar, que pocas veces he experimentado tanta libertad como ese día, al vestir aquel mi primer pantalón.

Ilustración: Chen Hongzhu

20 comentarios:

  1. Que buena eres cariño, como juegas con la imaginacion y nos tienes espectantes hasta el final con un pequeñisimo detalle que es tan grande.Me apasiona leerte.que tengas un bellisimo fin de semana.Bss

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  2. Un relato espléndido, Frida.

    Me imagino a la narradora, una deliciosa ancianita, lo suficientemente popular como para que alguien le haga una entrevista y le pregunte por su pasado, y al periodista embelesado con las historias que cuenta.

    Chapeau, cariño.

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  3. Isaboa, haces honor a medias a tu nombre, no eres del sol, eres un sol. Te estás convirtiendo en una auténtica fan, jaja, y además de sonrojarme, no sabes lo feliz que me haces. Un bonito fin de semana también para ti. Besos enormes.

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  4. Tal cual lo has dicho lo tenía en mi cabeza, dando vueltas desde hacía algún tiempo. Tu traje nuevo, fue un auténtico regalo, me lo puso en bandeja. Muchas gracias, Vichoff.

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  5. Mi cinco fue por lo que yo querría haber hecho.. y por lo bien que está construido el relato, gracias, FRIDA¡¡

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  6. Bueno, seguro que has hecho otras cosas. Las mujeres, de una u otra forma, seguimos haciendo nuestra pequeña gran revolución cada día. Un beso, Carmen.

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  7. ¡Qué buen gesto hacia la libertad de criterio, y qué buen relato, Frida!
    Salvando las distancias, me recuerda la estupefacción de mi familia cuando me vieron asomar con bikini, un verano de hace mil años :)
    Me alegra encontrar tu casa, querida.
    Un beso!!

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  8. Jijijiji! Que pedazo de Oro tinteril bien merecido.
    Muy bien, Frida, muy bien.
    Besos enormes!

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  9. La importancia de los pequeños gestos. El cambio, empieza por nosotros mismos y lo que nos rodea. Un relato de gran nivel, Frida, bien escrito y esa sorpresa final…

    Felicidadeeeeeeeeeeees por este merecido oro.

    Besos y abrazos.

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  10. Frida, has escrito un relato perfectamente armado y con un final que sorprende. Felicidades, preciosa!!!

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  11. Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Estoy rodeada de buenos amigos. ¿Qué más se puede pedir? Besos y abrazos para todos.

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  12. Que buena eres! y que fortuna la de esta mañana gris al encontrarte, ahora no te suelto!. :)
    Un gran gusto Frida!

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  13. Que buena eres! y que fortuna la de esta mañana gris al encontrarte, ahora no te suelto!. :)
    Un gran gusto Frida!

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  14. Muchas gracias, Shir. Bienvenida, mi casa es la tuya.

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  15. Revolución revestida de divertimento. Grande!
    Enhorabuena y gracias.

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  16. La revolución se puede hacer desde muchos ángulos. Muchas gracias por tu visita, Esprecetá.

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  17. A mí este cuento siempre me recordará a Katharine Hepburn, que le gustaba llevar pantalones. Una de las pocas en su tiempo. Muy bueno, Frida. Besazo

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  18. Gracias, Sako. Me alegra verte de nuevo por aquí. Besos

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