Pequeños gestos
Siempre había oído decir que eran los grandes acontecimientos
los que cambiaban el mundo y sin embargo, a mí me parecía que los pequeños
gestos cotidianos, como la gota de agua que cae incesantemente hasta perforar
la piedra, pueden llegar a ser mucho más poderosos.
Aquellos días se preparaba en casa el anuncio oficial de mi
compromiso con Álvaro Sotomayor y Fuentes. Mamá, conociendo mi temperamento
cambiante, me preguntaba una y otra vez por mi estado de ánimo, supongo que
necesitaba asegurarse de que no hubiera sorpresas desagradables de última hora.
Yo intentaba tranquilizarla diciéndole que no tenía de qué preocuparse, que
aunque era un compromiso convenido por nuestras familias, amaba a Álvaro y
deseaba casarme con él. De alguna manera, entendía su inquietud; tanto ella
como papá, horrorizados, me habían oído decir infinidad de veces que no estaba
dispuesta a aceptar determinados convencionalismos, que jamás sería una esposa
al uso. Sabía que deseaban impacientemente que llegara la fecha de la boda,
como quienes esperan ser librados de una pesada carga soportada durante años. Ingenuos,
albergaban la esperanza de que tarde o temprano, sobre todo por la llegada de
los hijos, me convirtiera en la señora que se esperaba de mí.
Todavía me sonrío al recordar las caras de los invitados.
Imagínese, la encorsetada España de comienzos de siglo, en la que los roles
permanecían estáticos, absolutamente ajenos al transcurrir del tiempo. Para
ponerle en situación, le diré que por aquel entonces era el turno del
presidente Juan Canaletas, también invitado al evento. Aunque se trataba de un
gobierno liberal, después he comprendido que quedaba un largo y angosto camino
por recorrer. Pero no quisiera entrar en valoraciones de tipo político, la
anécdota por la que usted me pregunta, es mucho más divertida.
Fueron jornadas de gran ajetreo. Mamá ultimaba con Brígida
los detalles del menú, el servicio se movía incansablemente por la casa a las
órdenes de tía Amalia, los floristas iban y venían cargados con sus olorosas
muestras, los sastres y modistas entraban y salían de las distintas
habitaciones, cosiendo, descosiendo,
probando los trajes a todos los miembros de la familia. Y en este campo,
precisamente, se encontraba mi única petición: yo, y solo yo, elegiría mi traje.
Sería secreto, hasta tal punto, que hice a la modista jurar sobre la Biblia que
no desvelaría ningún detalle acerca de mi atuendo.
Llegó la gran cita. Doce del mediodía. Mis padres y mis hermanos
al lado izquierdo al pie de la escalera; Álvaro y sus padres al lado derecho.
El salón repleto de personajes ilustres, expectantes. Cabeza alta, espalda
erguida, sintiendo el tacto fresco y suave de la seda al bajar los primeros
peldaños. Mamá, abochornada, cerró los ojos al descubrir mi pequeña gran
revolución.
Puedo decirle, sin miedo a exagerar, que pocas veces he
experimentado tanta libertad como ese día, al vestir aquel mi primer pantalón.
Ilustración: Chen Hongzhu
Ilustración: Chen Hongzhu
Que buena eres cariño, como juegas con la imaginacion y nos tienes espectantes hasta el final con un pequeñisimo detalle que es tan grande.Me apasiona leerte.que tengas un bellisimo fin de semana.Bss
ResponderEliminarUn relato espléndido, Frida.
ResponderEliminarMe imagino a la narradora, una deliciosa ancianita, lo suficientemente popular como para que alguien le haga una entrevista y le pregunte por su pasado, y al periodista embelesado con las historias que cuenta.
Chapeau, cariño.
Isaboa, haces honor a medias a tu nombre, no eres del sol, eres un sol. Te estás convirtiendo en una auténtica fan, jaja, y además de sonrojarme, no sabes lo feliz que me haces. Un bonito fin de semana también para ti. Besos enormes.
ResponderEliminarTal cual lo has dicho lo tenía en mi cabeza, dando vueltas desde hacía algún tiempo. Tu traje nuevo, fue un auténtico regalo, me lo puso en bandeja. Muchas gracias, Vichoff.
ResponderEliminarMi cinco fue por lo que yo querría haber hecho.. y por lo bien que está construido el relato, gracias, FRIDA¡¡
ResponderEliminarBueno, seguro que has hecho otras cosas. Las mujeres, de una u otra forma, seguimos haciendo nuestra pequeña gran revolución cada día. Un beso, Carmen.
ResponderEliminar¡Qué buen gesto hacia la libertad de criterio, y qué buen relato, Frida!
ResponderEliminarSalvando las distancias, me recuerda la estupefacción de mi familia cuando me vieron asomar con bikini, un verano de hace mil años :)
Me alegra encontrar tu casa, querida.
Un beso!!
Jijijiji! Que pedazo de Oro tinteril bien merecido.
ResponderEliminarMuy bien, Frida, muy bien.
Besos enormes!
La importancia de los pequeños gestos. El cambio, empieza por nosotros mismos y lo que nos rodea. Un relato de gran nivel, Frida, bien escrito y esa sorpresa final…
ResponderEliminarFelicidadeeeeeeeeeeees por este merecido oro.
Besos y abrazos.
Maravilloso, Frida. Lo comparto.
ResponderEliminarMaravilloso, Frida. Lo comparto.
ResponderEliminarFrida, has escrito un relato perfectamente armado y con un final que sorprende. Felicidades, preciosa!!!
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por vuestros comentarios. Estoy rodeada de buenos amigos. ¿Qué más se puede pedir? Besos y abrazos para todos.
ResponderEliminarQue buena eres! y que fortuna la de esta mañana gris al encontrarte, ahora no te suelto!. :)
ResponderEliminarUn gran gusto Frida!
Que buena eres! y que fortuna la de esta mañana gris al encontrarte, ahora no te suelto!. :)
ResponderEliminarUn gran gusto Frida!
Muchas gracias, Shir. Bienvenida, mi casa es la tuya.
ResponderEliminarRevolución revestida de divertimento. Grande!
ResponderEliminarEnhorabuena y gracias.
La revolución se puede hacer desde muchos ángulos. Muchas gracias por tu visita, Esprecetá.
ResponderEliminarA mí este cuento siempre me recordará a Katharine Hepburn, que le gustaba llevar pantalones. Una de las pocas en su tiempo. Muy bueno, Frida. Besazo
Gracias, Sako. Me alegra verte de nuevo por aquí. Besos
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