No hay palabras
Hace poco que la ciudad recobró una calma cada vez más breve.
Se estira perezoso, despierta el día en Malasaña. Todavía es pronto. Tiene
tiempo antes de que el bullicio se haga de nuevo con las calles y los sonidos
urbanos lleguen a traspasar las ventanas. Con los pies descalzos y la cabeza
aún dormida, inicia su ritual: tango en el aire, café en las venas y humo en el
alma.
Los primeros acordes trasladan a Elsa en volandas hasta la
cocina. La aguja surcando el vinilo, el café calentando su garganta y el primer
cigarrillo entre los dedos. Todo listo para planear, un día más, cómo se lo dirá
a Javier. Todavía es pronto, piensa.
Javier, «el Niki», hace la contracultura en los garitos
nocturnos de la capital. Su banda se ha hecho un hueco notable y es reclamada
en los locales de moda de Madrid. Es precisamente el Rock-Ola donde conoce a
Elsa durante una noche de desenfreno, como todas en realidad. Cultivaron una
amistad fuera de lo común. El punk y la poeta, les llaman. «No follan, solo son
amigos», dicen entre risas otros protagonistas del underground. «¿Solo? ¿Os parece poco?».
Son los ochenta, los años en los que Madrid no duerme.
Son los ochenta, los años en los que Madrid no duerme.
Hace al menos dos semanas que Elsa no ve a Javier y sabe
que estará preocupado. Necesita tiempo para sí misma, para asimilar lo que le
viene encima y sin embargo, entiende que, tarde o temprano, tendrá que
enfrentarse a él. No encuentra las palabras, no hay bálsamo para aliviar las
consecuencias de tal noticia. La voz de Libertad Lamarque es interrumpida por el
sonido del teléfono. Sabe que es Javier y duda. Siguiendo un impulso disparatado
descuelga el auricular. «Niña, estoy preocupado, ¿qué tienes?». La pregunta le
golpea las sienes, la respuesta le llega a la boca: sida. Silencio al otro lado
del hilo.
El bullicio se hace con las calles y los sonidos urbanos
traspasan las ventanas, pero ya no le molestan. Se sienta frente a su
escritorio y escribe:
Y
al fin
aquí
estoy,
impasible,
peregrina
inmóvil en una escalera de caracol.
Piedra
blanca,
mármol
frío,
estación
Termini de mis pies colgando.
En
la cabeza un viejo gorro de papel
y
en las manos
cansadas,
desnudas,
abiertas
aún las llagas,
el
triunfo de todas mis derrotas.
Otra vez el tango, otro sorbo de
café. Enciende un nuevo cigarrillo y espera.
El timbre de la puerta no tardará
en sonar.
Fotografía: Bernhard Ruth
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Hoy en día muchos pueblos viven todavía en los años ochenta
del siglo XX. Ahora sí hay tratamiento, pero no es para ellos.
Muchas gracias, Fanny Herrera, por prestarme tu poema.
Querida amiga, hasta siempre.
Tremendo, sobrecogedor, fascinante. Largo tiempo esperando una nueva entrada y, por fin, aquí está, tal y como la imaginaba. Enhorabuena y hasta la próxima.
ResponderEliminarQué buen fan eres, Josep, siempre atento. Como Isaboa, que ya veo que me ha dejado también un regalito. Sois fantásticos.
EliminarUn beso enorme.
uff se me puso el vello de punta... dibujaste algo que por desgracia aun es algo muy comun hoy en dia.Te deseo un bonito fin de semana cielo.besitos
ResponderEliminarMe alegra muchísimo que te haya emocionado. Hacer sentir al lector, lo que sea, bueno o malo, es EL OBJETIVO cuando narro.
EliminarMuchas gracias, cariño. Un bonito fin de semana también para ti.
Rock-Ola... vaya, parece que fue ayer...El relato es para caerse y no levantarse. Impresionante, con esa inserción poética-homenaje y esa forma que convierte el fondo en vida más allá de la letra... rozando la muerte, las dos caras de la moneda, la que solo sirve para pagar algunos momentos de esta estancia corta pero intensa en la que la suerte es decisiva. Esto es escribir con el cuerpo y el alma, que es cómo escriben los grandes, los mejores. Esos son siempre auténticos. A Pavese le habría encantado leer esto en su habitación de hotel, al lado de su otra estación Términi, porque, aunque el teléfono de sus múltiples llamadas antes de suicidarse no contestara, habría pensado que merecía la pena no rendirse. Con textos así uno no puede rendirse. De todas formas, leer es interpretar. Y ver. El mérito del autor es llegar al lector para que este sienta y vea la realidad que le toca. O que nos toca. Aunque parezca, a veces lejana. Difícil que, para algunos, cualquier cosa del mundo lo sea.
ResponderEliminarRendirse nunca, aunque no sé si a Pavese le habría servido mi relato para cambiar su decisión. Lo sobrevaloras, pero muchas gracias. Ya ves, lo que te decía, genios atormentados. Estaría bien poder sacrificar un poco de inteligencia y simplemente vivir. Repito: rendirse nunca.
ResponderEliminarMe encantan tus visitas. Gracias.
Golpeas las conciencas con las sutiles armas de las palabras, sin inmutarte, sin sobresaltarte, y aguijas el certero dardo en las cabezas que sin yelmo se desangran con el poder de tu verbo. Grande Frida, siempre grande.
ResponderEliminarAraceli, bonita, qué lindo lo que me dices. Tú sí que posees un dardo certero. A mí me llegas siempre directa al corazón.
EliminarUn besazo, reina.
Quedé suspensa a mitad del relato. ¿Qué tendría que decirle? Avancé entre los sonidos de las canciones para llegar a ese poema y finalizar en esa esperanza.
ResponderEliminarMe ha impresionado, un fuerte y cálido abrazo.
¡Feliz semana!
Gracias, Rosa. Qué buena compañera de camino es la música, ¿verdad? Para Elsa es incluso vital. Espero que te haya impresionado para bien.
EliminarUn abrazo enorme.
Una década que viví desde la distancia a la capital, pero no por ello menos intensa para mí. Aunque no siempre sea fácil volver atrás en el tiempo, de tu mano resulta más sencillo, aun siendo un relato descarnado y duro.
ResponderEliminarNo me rendiré.
Besos.
A mí la movida, cuando se encontraba en su máximo esplendor, me pilló pequeña, a pesar de que fui bastante precoz para todo. No fue difícil identificarme con aquellas personas dispuestas a poner patas arriba todo lo establecido cuando me uní en sus últimos coletazos. Supuso tal eclosión cultural que más de veinte años después parece que hayamos retrocedido, pero también, desafortunadamente, muchos se quedaron por el camino. Me agrada que veas en mi mano un buen puente. Gracias.
EliminarBesos
Pero el timbre de la puerta no tardará en sonar.
ResponderEliminarSiempre queda una rendija por la que se cuela la esperanza.
Maravilloso relato, Lydia.
Cuando el timbre suena, esperanza lleva :-)
EliminarUn poco de humor no viene tampoco mal, que nos hemos puesto muy serios en los comentarios. Me permito hacerlo contigo, la reina indiscutible del humor en el círculo que compartimos.
Muchas gracias, Fefa.
Me has transportado a un día, hace... miles de años. Contado por ti suena menos triste y más esperanzador.
ResponderEliminarGracias y, por favor, no dejes de escribir nunca.
Un abrazo.
El relato es algo triste, es verdad, pero no debemos quedarnos con esa sensación de melancolía. Fueron años convulsos en todos los sentidos, también de mucha diversión y sobre todo, se abrió una camino que ya no cerrará jamás.
EliminarMe ha encantado recibirte en mi casita. Muchas gracias, Amparo.
Emocionante y precioso relato, Frida. Además, el ambiente de los 80 es muy plástico, muy auténtico...
ResponderEliminarMe ha encantado.
Besos!
Ups, perdona que haya tardado tanto en contestarte. Sí, es verdad, los 80 fueron muy de vinilo :-)
EliminarGracias por tu visita, me ha hecho muchísima ilusión.
Un beso bien gordo.